Kafka y las ninfas
Franz Kafka
Por: Ennio Jiménez Emán
El título de este ensayo parodia un tanto el título del libro de Daniel Desmarquest, Kafka y las muchachas, donde este autor estudia las relaciones amorosas del escritor checo en su juventud y madurez, en su relación de coqueteo fugaz y azarístico con adolescentes, aparte de su relación con otras féminas mayores con las que sostuvo también relaciones afectivas como novias o damas pretendidas. Las muchachas, de diferentes edades, algunas de ellas recién entrando en la pubertad, estuvieron presentes en las correrías de Kafka por diversos países europeos y en diversos momentos de su vida, cuyos encuentros ocasionales encendían y motivaban de alguna manera en él la creación literaria. Los acercamientos platónicos hacia las jóvenes féminas le servían, pues, de acicate para poner en marcha la escritura literaria, y ocurrieron durante años o temporadas en las cuales se vió envuelto en medio de una rotunda soledad y aislamiento, aunque frecuentara a familiares, amigos y conocidos. Kafka realizaba ocasionalmente viajes cortos a países como Suiza, Austria, Hungría, Alemania, Polonia, Francia e Italia donde solía visitar a amigos y sitios de interés, e igualmente frecuentaba balnearios, sanatorios o centros de cura para tratar una tuberculosis que terminó con su vida en 1924. También asistía el escritor checo en esos viajes a reuniones literarias y artísticas, a salas de concierto, a teatros, cines, exposiciones de pintura, representaciones de títeres, reuniones y conferencias e igualmente hacía vida bohemia en cabarets, o eventualmente iba a una casa de citas.
En su juventud, los contactos con las adolescentes consistían en encuentros efímeros o "apariciones" súbitas de muchachas menores que él, que le proporcionaban brevísimos encantamientos y enamoramientos fugaces, los cuales hacían brillar un tanto sus frecuentes días de vacío y desolación. Kafka percibía a las muchachas jóvenes como suertes de ninfas. Como escribe Roberto Calaso, en la mitología, en el encuentro lúdico con las ninfas siempre está a la vista una breve epifanía erótica, al ser "tomado y capturado" por ellas en dicho juego. Muchos de los encuentros súbitos eran producto del azar y consistían en furtivos, escurridizos y rápidos galanteos, que le proporcionaban con frecuencia sordos y apagados deseos, ante los cuales mutuamente se sonrojaban. Ante el pudor, la timidez y vacilación para tomar la iniciativa en los mismos, relacionarse o romper el hielo, muchas veces Kafka necesitaba la intervención de personas mayores: "Para poder hablar con chicas jóvenes necesito que haya cerca de mí personas mayores. El ligero estorbo que produce su presencia me anima a la conversación", anota en sus Diarios. Cuando sentía que había afinidad y complicidad en este juego seductor, el mismo quedaba registrado en la escritura de un texto o un boceto de la situación, tal como se lee en sus Diarios. Incluso, ese juego le resultó muchas veces complicado. Anota en sus mencionados Diarios: "Estoy incómodo con mi debilidad personal: el embarazo que me producen las muchachas."
Franz Kafka
En su adolescencia, con frecuencia, se enamoraba solo de mujeres de varias edades. En 1911, a los 18 años, en Praga se enamoró de una actriz de teatro madura (la Sra. Tschissik), a quien mandó flores luego de una representación en una pequeña sala teatral, donde reflexiona: "Yo esperaba calmar un poco mi amor por ella con mi ramo de flores, pero fue del todo inútil. Sólo es posible calmarlos mediante la literatura o mediante el acto sexual." También dirigía sus inútiles devaneos amorosos hacia mujeres hermosas ya entradas en años que veía en los cafés de Praga con sus maridos (en el Café Savoy). Sobre estas situaciones platónicas, Kafka reflexiona también en sus Diarios: "Debo agradecer o maldecir mi capacidad de sentir amor pese a toda mi desdicha, un amor no terrenal, aunque dirigido a objetos terrenales." En 1913, en una visita temporal de unos meses que hizo a Riva, Suiza, en una residencia de hospedaje, conoció Kafka a Gerti Wesner, de 18 años, de quien se enamoró y donde convivió por un corto período "dentro de un círculo cristiano de influencias". Ese mismo año de 1913, anota en sus Diarios, como un antídoto para su (im) posible relación: "Nunca me habría casado con una muchacha con la que hubiese vivido todo un año en la misma ciudad."
Como es sabido, posteriormente Kafka tuvo con varias mujeres algunas relaciones sostenidas en el tiempo, féminas con quienes mantuvo contactos personales muy esporádicos, y más que todo su comunicación era por vía epistolar. Por ejemplo, con Felice Bauer (de familia judía), que vivía en Berlín, a quien Kafka conoció en agosto de 1912 en Praga en casa de su amigo y albacea (y también escritor), Max Brod, y se encontró con ella un par de veces en Berlín y Marienbad. Con Felice estuvo relacionado por espacio de cinco años, rompiendo dos veces su compromiso en los años 1914 y 1917. En 1914, cuando su padre y el propio Kafka estuvieron buscando alquilar un piso en Praga para su inminente matrimonio, Kafka registró en sus Diarios una cantidad de inconvenientes y contrariedades entre él y Felice (de carácter, de puntos de vista, de normas mínimas de convivencia, de gustos distintos por los apartamentos donde iban a convivir) y terminó echándole al final la culpa a una extraña música que escuchó en uno de los edificios que visitó, y que era supuestamente producto de un demonio especial que él conocía y a veces lo abordaba susurrándole al oído. Reflexiona luego sobre este hecho en una carta enviada a Grete (Margarette) Bloch, otra pretendida suya, amiga de la propia Felice Bauer, a quien ésta envió a servir de mediadora en miras de restituir su compromiso con Kafka. De dicha misiva, incluye Kafka una parte en sus Diarios, donde apunta: "(...) y he aquí que cuando estaba reflexionando sobre todas estas cosas, algún demonio empieza a tocar vigorosamente no sé que piano colocado en el piso vecino por algún otro demonio, de forma que aquello resonaba de lo lindo en la oquedad del piso desamueblado. No hay nada que me inspire más miedo que la música que rodea una vivienda."
Por esos mismos años, estableció, pues, una relación con la referida Grete Bloch, a quien conoció en el café "Arco", en Praga, mientras le daba información de Felice. Estaba casada con un conocido suyo, Leo Fanti, hombre de letras de Praga, con quien conformó, según Kafka, un "trío aciago". "Una enamorada dedicada por entero al amor", que le conduciría a "un sueño que acabará en desesperación", pero que a la vez logró atizonar su libido en un "fuego vivo", dejando en su psique una "angustia insensata." A Julie Wohryzek, otra posible candidata sentimental, la conoció el escritor checo en 1918 en la pensión Stüdl, al norte de Praga (tenía Kafka entonces 36 años), donde estaba residenciado (recluído) para tratarse la "gripe española", buscando mejora y alivio para su reciente tuberculosis, la cual le fue diagnosticada a finales de 1917. Con el tiempo, ambos se prometieron una boda y primero buscar juntos un piso para convivir. Toda esta ilusión se evaporó quedando una vana promesa, al surgir nuevamente la usual duda de Kafka: la duda de que una voz diabólica le susurraba y "le destilaba al oído." La duda, la inestabilidad existencial y el avance de la enfermedad de Kafka, convirtieron en víctima circunstancial a "esta muchacha amable y buena que se consumía de abnegación". Igualmente, fue condenada a su vez por las "conveniencias sociales" ( ya que no tuvo la aprobación de su padre), siendo también muy determinante el hecho de que Kafka ya había establecido una nueva relación sentimental (idealista, platónica) con Milena Jesenská.
A Milena, periodista nacida en Praga, la conoció el autor de La metamorfosis en 1919 y se relacionó con ella por un par de años. Estaba casada con Ernst Pollack y con un matrimonio ya deteriorado. Posteriormente vivió en Viena, donde se desempeñaba como cronista y traductora. Kafka estableció contacto permanente con ella (tradujo al checo su relato "El fogonero", primer capítulo de la novela América) y sostuvieron una relación intermitente a través de cartas, sin llegar a concretar más que una amistad, cediendo incluso a ella sus Diarios con miras a una futura publicación. Milena se constituyó, pues, en una suerte de ángel protector de su creatividad. En julio de 1923, un año antes de su muerte, Kafka se enamoró de la polaca Dora Diamant (de 19 años), hija de un rabino hasídico polaco, con quien terminó viviendo en Berlín unos meses en un piso alquilado por ambos, ciudad a la que se trasladaron en septiembre de ese mismo año, volviendo con Dora a Praga en marzo de 1924, y luego a Viena, Austria, a la clínica del doctor Hajek y posteriormente al sanatorio de Kierling, en la misma ciudad, donde falleció el escritor checo en junio de ese mismo año. Tenía 41 años.
Pero regresemos a las muchachas-ninfas, a ese itinerario sentimental de Kafka con jovencitas que perdura siempre en la mente y la imaginación del lector: muchachas con auras melancólicas o con aires de otro tiempo, cuyo hechizo dura muchas veces lo que aguanta en el aire una pompa de jabón, y donde Kafka parecía buscar, a través de ellas, la "belleza absoluta" que las representaba a todas. Para ese galanteo efímero existe, pues, en Kafka un sólido ritual, a sabiendas de que nada se va a concretar: todo se resuelve, pues, en la mirada, en la mente y en la imaginación de su autor, las cuales después irán a materializarse y sublimarse en la escritura de sus Diarios. Existe muy poca voluptuosidad en esta escritura. Se trata más bien de un ejercicio ascético que Kafka describe puntualmente. Eso sí, en este efímero juego amoroso con las muchachas, se confirma una ley kafkiana: "Para escribir no hay que tocar a las muchachas."
Kafka y Milena
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